Hacía mucho tiempo ya que “aquel que quita la esperanza” ha
andado vagando por los campos llenos de pestilencia y desesperación, ya no
quedaba nada en aquella tierra, solo polvo, carroña y huesos que aún echaban
humo, aún después de los meses transcurridos después del gran fuego. Aquella bestia se sentía desorientada pues ya
no quedaba ser alguno al cuál quitarle la esperanza, los pocos yagurianos que
quedaban, se habían refugiado en islas mar adentro, en lo que alguna vez fue
conocido como el mar de los cristales debido a la refracción de la luz que
hacían ciertos minerales en las piedras que se encontraban en el fondo, pero
hacía mucho tiempo, aún antes del gran fuego, que las piedras fueron cubiertas
con los restos de hombres y bestias arrastrados por los ríos de sangre que
aquella bestia había creado debido a la avaricia, la estupidez y la falta de
sentido por la vida de ciertos yagurianos y yagurianas.
Tal era el grado de desolación que la bestia ya no sabía, se
preguntaba sobre sí misma, había perdido la razón de su existencia, veía un
pasado borroso y no sabía visualizar con claridad el futuro, vagaba sin pensar,
solo caminaba y caminaba, por las ruinas de imperios caídos ante su furia, ante
su deseo de destrucción, ante su majestuosidad.
Parecía que la bestia había dejado de ser bestia, se preguntaba sobre
sus acciones, sobre su naturaleza, sobre la furia y el placer que sintió cuando
destrozaba los cuerpos de grandes osos, caballos, elefantes, yagurianos y
yagurianas, desgarrando las costillas, los miembros de aquellas personas
indefensas ante tal furia, ante tal fuerza.
Pensaba de qué habían servido todos esos actos en los que había creado
los ríos de sangre sobre los cuales caminaba hoy en día, se preguntaba cuál
había sido el sentido de todo aquello.
Una mañana, estando tomando el poco sol que las nubes de vez
en vez dejaban que se colara por un claro, en aquél cielo negro por la ceniza y
por el humo creado por el gran fuego, notó que se sentía diferente, notó como
se volvió más ligero, notó como ya no necesitaba hacerse preguntas, porque
había recordado. Su cuerpo, su mente, su
ser había vuelto a recordar, en aquél momento, aunque en un valle infestado por
insectos carroñeros y por un olor que quemaba al respirar, vio todo
transformado, vio de nuevo lo interesante de todo aquello, y entonces recordó
lo que ahora tenía que hacer, en ese momento buscó un arroyo que no tuviera
tanta muerte sobre él y bebió de aquel arroyo hasta quedar satisfecho, porque
sabía que ahora empezaba un camino largo, levantó la cabeza, miró hacia las
nubes donde había un claro que permitía ver el cielo azul, en aquel mismo
momento, el viento le susurró al oído, como si de un amigo se tratara
animándole a emprender el camino.
La brisa levantó las cenizas del suelo, un pequeño remolino
se creó cerca de donde él se encontraba y un rayo de sol hizo brillar algo en
el suelo, el remolino de viento había descubierto un pequeño trozo de
metal. La bestia se acercó para examinar
el objeto y en ese momento, aún más claridad vino a su mente empañada por años
de desolación y depresión la razón de su ser y su siguiente paso, recordó
incluso su nombre. La bestia se llamaba
RoxClor, el purificador.
Ahora todo se había vuelto a aclarar, había recordado. Aunque su mente solo recordara aquella etapa
sangrienta debido al impacto que había causado en él, recordó que su fin no era
la maldad pura, su fin había sido purificar una tierra que se había
contaminado, no sólo en la carne de los yagurianos y yagurianas, pero en su
mente, y no sólo ellos, los animales habían perdido su instinto, ya no eran uno
con el propósito, se habían hundido.
RoxClor había sido despertado a la fuerza por un grupo de yagurianos
avariciosos que deseaban dominar la tierra, y dominarlo a él. Al despertarlo, lo encadenaron, lo hicieron
sufrir, lo hicieron llegar casi al punto de morir de hambre, su espíritu se
rindió y cada día se iba llenando más de odio.
Aunque era una deidad, al ser invocado al plano material,
hay ciertas leyes que aún los dioses deben cumplir y que son inquebrantables,
ahí fue donde aquellos yagurianos encontraron su debilidad y así fue como lo
sometieron, pero su equivocación fue olvidar que aun estando atrapado en las
leyes materiales, era un dios, y su fuerza venía de más allá y un día esa fuerza
se desató. Durante su tiempo dentro de
aquella prisión que contenía todo tipo artilugios para mantenerlo encerrado, se
dio cuenta de cómo el mundo se encontraba en un estado deplorable, se dio
cuenta que la luz se había ido, que ya nadie quedaba con fuerza para amar la
vida, su pensamiento cambió y empezó a crecer dentro de él el deseo de terminar
con todo aquello que ya no era vida, que ya era algo sin propósito.
Un día escuchó algo extraño, algo inusual de escuchar, ya
que rara vez gente hablaba cerca de él. En una tierra lejana existía un anciano
que vivía en una tierra donde al parecer aún prosperaba la vida de cierta forma
natural, donde el anciano luchaba contra aquellos monstruos que deseaban lo que
él tenía, pero que sólo lo querían para destruirlo. Una furia creció aún más dentro de RoxClor y
su deseo de conocer a aquél anciano hizo que la fuerza de su deidad
reapareciera en una mañana que cambiaría todo, aquél deseo le dio la fuerza de
mil elefantes de las sabanas, rompió cadenas y los artilugios no fueron
suficientes para contener la furia, al final de cuentas, era un dios, y la
furia que había estado guardando por mucho tiempo se desenfrenó y empezó la
masacre de donde nacerían los ríos de sangre.
Recordó que su origen no es la destrucción, sino la
purificación, y eso fue lo que hizo, aunque su mente se nubló por tanto odio y
furia contra aquellos que lo llamaron para encadenarlo y contra aquellos que ya
no vivían, sino que simplemente se dedicaban a destruir y ser destruidos,
aquellos que ya no creaban. Recordó que
ahora su misión era encontrar a aquel anciano, aunque dudaba que estuviera con
vida. El trozo de metal que vio en el
suelo, era algo que había visto dentro de la gran prisión donde se había
encontrado y era, según los hombres que lo trajeron, el sello de aquel extraño
anciano. También recordó a duras penas
al menos una fracción de la ubicación de aquel anciano…. En aquel momento
empezó su largo camino hacia otras tierras, pero con la esperanza de traer
nuevamente vida a aquel desierto de muerte y desesperanza.
Así inició el camino de RoxClor hacia el anciano que había
escuchado nombrar como El Parbatero del
tiempo.
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